Ser adicto
Al renunciar, de manera gradual e implícita, a nuestra esencia personal, en pos de la maquinaria productiva del llamado “Estado”, nos desconectamos de nuestros valores, necesidades y tendencias naturales. Esta pérdida de la espontaneidad y de, sobre todo, conexión con nuestro cuerpo, al ajustarnos a un ritmo mecánico e industrializado, nos invita a la disociación, entendida como la capacidad para separarnos y encapsular nuestros pensamientos, sentimientos, recuerdos y necesidades, al menos, aquellos que no se ajustan a los parámetros y criterios de un determinado contexto.
Esta parte de nosotros mismos que enajenamos, esto es, que permanece alienada y desconectada pugna por emerger a la consciencia. Aquello que evitamos, por miedo a ser sancionados, rechazados y/o “despedidos”, se convierte en chivo expiatorio. Todo aquello que la sociedad nos invita a desechar y reprimir, en aras de la deseabilidad social y el correcto devenir del mercado de trabajo, puede adoptar la forma de un “monstruo” o “cáncer”, fácilmente demonizado. Y, uno de los monstruos favoritos en la narrativa neoliberal occidental es la adicción.
“Ser adicto”, en este marco sociohistórico y cultural, es poco más que portar un signo “oscuro” de maldición, lo cual correlaciona con elevados niveles de culpabilidad, vergüenza y secretismo. Y la adicción, congruentemente, es tomada como un vil personaje al que hay que repudiar y extirpar tanto del individuo como de la sociedad. Es fácil olvidar, por lo tanto, cuánta vulnerabilidad, cuánta ternura y cuánto dolor se esconde bajo un comportamiento etiquetado como compulsivo, impulsivo o dependiente. En esa pérdida de conexión y de sensibilidad, tanto con nosotros mismos como con los demás, renunciamos a parte de nuestra humanidad al diagnosticar la adicción como “enfermedad mental” y a la persona que la padece como un “drogodependiente o yonkie”.
En Centros EQ, debido a nuestra formación en Inteligencia Emocional, intentamos ser conscientes y sensibles a la realidad humana, social y afectiva que rodea y, al mismo tiempo, da cuerpo a un problema de adicción. Poniendo el foco en la llamada “autorregulación emocional” (cómo nos manejamos con nuestras emociones cuando estamos solos) y en la “regulación relacional” (cómo afrontamos y expresamos nuestros afectos acompañados) buscamos una intervención psicológica que respete la visión integral de la adicción, sin desdeñar ni un ápice el grado de sufrimiento y de interferencia vital que pueda suponer pero priorizando una visión de la adicción como un intento, desesperado pero inteligente, por sobrevivir a un contexto sociolaboral que continuamente nos pone trabas, a todos, para conectar con nuestra autenticidad, nuestra energía vital y, en definitiva, nuestro potencial de crecimiento y expansión como seres humanos.