TOC EN LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA

TOC INFANTIL

El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) se caracteriza por la presencia de pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes (obsesiones) y pueden llevar a comportamientos repetitivos (compulsión) para prevenir o disminuir la ansiedad o malestar que genera la obsesión.

En el TOC, estos síntomas pueden darse de forma conjunta o separados. Estos síntomas interfieren en las actividades del día a día, ya que en la mayoría de las ocasiones requieren mucho tiempo, afectando al trabajo, escuela, relaciones personales…

Los síntomas del TOC tienden a aparecer en la niñez, en torno a los 10 años, o alrededor de los 20 años. Es importante señalar que en los varones suelen tener un comienzo más temprano, por ello, durante las etapas del desarrollo, el TOC es más frecuente en niños. Es llegando a la adolescencia cuando la prevalencia se iguala entre chicos y chicas. En la edad adulta, las mujeres se ven ligeramente más afectadas por este trastorno.

En cuanto a las manifestaciones de la sintomatología del TOC en la niñez, son similares al adulto, aunque si existen diferencias en función de la edad del inicio. El TOC con un inicio temprano se caracteriza por mayor sintomatología, mayor gravedad, más compulsiones sin obsesiones y mayor comorbilidad con otros trastornos. Además, el TOC en la infancia tiene unas características específicas. Presentan más compulsiones que obsesiones, perciben las compulsiones como contrarias a sus necesidades, tienen dificultad para describir los síntomas y esto hace que el tiempo entre la aparición de los primeros síntomas y el diagnóstico sea muy superior al de adultos.

Es importante tener en cuenta que los niños aprenden repitiendo, lo que no significa que padezcan este trastorno. A lo largo del desarrollo, los niños establecen rutinas, juegos para no pisar rayas, coleccionan cromos o llevan a cabo un ritual para una actividad determinada, pero todos ellos son agradables, contribuyen al aprendizaje y no interfieren en su vida. Es en el momento en el que estos rituales comienzan a generar malestar, no son agradables, cuando hay que prestar atención y acudir a un profesional.

En cuanto al tratamiento que puede aplicarse en niños y adolescentes con TOC, es importante tener en cuentas las características individuales de cada sujeto. En el caso de esta población adulta, la terapia combinada de Terapia Cognitivo Conductual (TCC) y tratamiento farmacológico, es la opción más eficaz en la reducción de síntomas obsesivos-compulsivos, pero en la infancia y la adolescencia sólo se recomienda la medicación si los síntomas son muy graves. Si tenemos en cuenta estas dos opciones de tratamiento (TCC y tratamiento farmacológico) de manera aislada, la TCC ha mostrado ser más eficaz que el tratamiento farmacológico, ya que la tasa de recaída en 9 meses es menor.

Dentro de la intervención de TCC, destacar los dos componentes principales. La exposición con prevención de respuesta (EPR) y terapia cognitiva. Con la exposición repetida al estímulo que genera ansiedad, la intensidad va disminuyendo progresivamente. Además, la terapia cognitiva tiene como objetivo modificar aquellos pensamientos disfuncionales que pueden estar provocando malestar. En el caso del TOC infanto-juvenil, es importante tener en cuenta el papel de la familia, e incluirlos en la terapia, ya que van a ser los coterapeutas que van a ayudar a supervisar el proceso.

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Alba Ruiz
Psicóloga Sanitaria

Nieves López-Brea Serrat, experta en Neuropsicología y Neuroeducación

 

 

 

 

 

 

 

REFERENCIAS:

American Psychiatric Association (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (DSM-5®), American Psychiatric Association Publishing.

Arroyo López, N., Bobabilla González, I., Bravo Sánchez, M., García Delgar, B., Jiménez Cabré, G., y Úbeda Gómez, J. (s.f.). Guía de Tratamiento del Trastorno Obsesivo-Compulsivo en niños y adolescentes.

Organización Mundial de la Salud (2004). Clasificación Internacional de Enfermedades, 10ª Revisión, Segunda Edición (CIE-10), OMS Ginebra.

Ulloa Flores, R.E., Palacios Cruz, L., y Sauer Vera, T.R. (2011). Trastorno obsesivo-compulsivo en niños y adolescentes: una revisión del tratamiento. Salud Mental, 34(5)

Depresión infantil y aprendizaje

¿Cómo afecta la depresión al aprendizaje?

Referirnos a que alguien tiene depresión simplemente porque está más triste de lo habitual o que algo nos la provoca porque nos hace sentir un profundo malestar en un momento concreto, es cada vez más común entre las personas que no han vivido en primera o tercera persona dicha enfermedad. Para evitarlo, es conveniente educar desde la infancia en el uso adecuado de las palabras, haciéndoles conscientes de lo importante que es no emplear términos de los que desconocemos su significado.

Al igual que un adulto, un infante puede poseer numerosos cambios en su estado de ánimo. Diferenciar la distimia de la depresión es importante a la hora de detectarla en los niños y adolescentes, pues cuando la tristeza se produce de forma prolongada el punto de atención deberá recaer en el grado de tristeza que dicho sujeto presenta.

La depresión es una enfermedad que afecta de forma global a la persona que la sufre. Por tanto, no resulta complicado pensar que la depresión en niños y adolescentes afectará de manera directa en su proceso de aprendizaje, pues el tiempo que dedican a esta actividad es notorio.

En España un niño con edades comprendidas entre 6 y 12 años pasa un mínimo de cinco horas en un ambiente educativo, mientras que los niños de entre 12 y 16 años poseen un aumento diario de una hora y media lectiva con respecto al nivel educativo anterior.

Asimismo, el número de población infanto-juvenil que asiste a clases particulares o de refuerzo grupal es cada vez mayor, lo que conlleva un incremento del número de horas dedicadas al aprendizaje. Y si la situación económica no se lo permite, desde la Administración Pública se han llevado a cabo diversas estrategias para ayudar a aquellas personas que necesitan ese refuerzo educativo de forma gratuita, como por ejemplo el PROA (Plan de Refuerzo, Orientación y Apoyo) que lleva en funcionamiento desde el año 2005 y cada vez son más centros los que demandan este servicio. También desde el ámbito privado, iniciativas solidarias como las que realiza PSYCOLab cada año, atiende a numerosa población infantil de forma gratuita.

A nivel cerebral, el aprendizaje se produce gracias a las conexiones neuronales y la estimulación de áreas cerebrales concretas, teniendo en cuenta la variabilidad de la plasticidad cerebral de cada individuo a través de los estímulos recibidos por el ambiente.

Cuando se establece un proceso de aprendizaje son numerosos factores implicados, algunos de los cuales podemos clasificar como:

  • Fisiológicos: Constituidos por aspectos como el control motor, la edad, la salud o los niveles de ansiedad del estudiante.
  • Socioafectivos: Se refiere a los sentimientos y emociones de un individuo y la relación que establece con los demás.
  • Contextuales: Encontramos los de origen personal, social y familiar, entre otros.
  • Cognitivos: Entre ellos encontramos la percepción, la inteligencia, la memoria, la atención, las funciones ejecutivas, la autoestima o la motivación.

Fundamentando una relación a nivel puramente teórico de aspectos comunes del proceso de aprendizaje y la depresión, caben destacar los componentes cognitivos, motivaciones y afectivos. El hecho de basarnos en teorías para llegar a la conclusión de que puede existir influencia de la depresión en el proceso de aprendizaje de la población infanto-juvenil, deja patente la necesidad de estudios empíricos que sustenten la correlación de ambas variables para así poder mejorar la calidad del aprendizaje de esta población que  sufre depresión y cuyo número ha aumentado de forma considerable tras la pandemia.

Si crees que tu hijo o hija puede estar sufriendo depresión, consulta a nuestros especialistas.

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Bibliografía:

Canter and S. Carroll (Eds.), Helping Children at Home and School: Handouts From Your School Psychologist (Bethesda, Md.: National Association of School Psychologists, 1998), pp. 237–240.

Bermejo, V. 1994. Desarrollo cognitivo. Madrid: Síntesis.

Gómez León, M.I. (2001) Depresión infantil: Estrategias cognitivas y rendimiento académico. Revista de Psicología General y Aplicaciones, 54(1), 67-80

Subdirección General de Cooperación Territorial e Innovación Educativa (Ministerio de Educación y Formación Profesional) Recuperado de: https://www.educacionyfp.gob.es/mc/sgctie/cooperacion-territorial/programas-cooperacion.html

Por Aida Cabello Carrillo y Nieves López-Brea Serrat

Nieves López-Brea Serrat, experta en Neuropsicología y Neuroeducación

CUIDA-me: Abordaje de la depresión infanto-juvenil y perinatal

CUIDA-me: Abordaje de la depresión infanto-juvenil y perinatal

Psycolab (Sociedad Científica Sanitaria Emocional), cada año lanza su proyecto solidario para la población de Benalmádena. Los últimos años, el proyecto “Otra Oportunidad” ofreció a decenas de niños y niñas un abordaje integral ante dificultades del aprendizaje. Este año, nuestro equipo, conocedor del delicado estado emocional de la infancia y la adolescencia, arranca con el Proyecto “CUIDA-me”, para el abordaje de la depresión infanto-juvenil y perinatal.

 

La depresión a día de hoy se considera una de las enfermedades más comunes en la sociedad. Se entiende como una alteración en el estado de ánimo de la persona, afectando a todas las áreas de su vida, provocando gran sufrimiento en quien la padece.

Más de 250 millones de personas sufren esta enfermedad en todo el mundo, siendo más prevalente en la población femenina que en la masculina. Según la OMS, la depresión es la principal causa mundial de discapacidad y contribuye de forma muy importante a la carga mundial general de morbilidad.

Dada la situación pandémica atravesada los últimos años, se han observado variaciones en los casos de depresión en la población. Desde 2021, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 5% de la población adulta presenta esta enfermedad. No podemos dejar de mencionar, la elevada cifra del 3% en depresión infantil. El bajo nivel de detección y tratamiento de depresión en esta población, llevan a una mayor cronicidad.

La manifestación de la sintomatología tanto en población adulta como infantil es similar, existiendo algunas variaciones. Los principales síntomas a los que se deben atender en la población infantil son los siguientes:

  • Irritabilidad o estado de ánimo triste.
  • Bajo rendimiento académico.
  • Problemas conductuales.
  • Alteraciones en el sueño y/o apetito.
  • Empeoramiento de las relaciones sociales y familiares, incluso aislamiento.
  • Baja autoestima.
  • Ideas de muerte o suicidio.

La variabilidad de los síntomas en cada niño, depende de la etapa madurativa en la que se encuentre.

Uno de los principales riesgos asociados a la depresión, y la consecuencia más grave, es el suicidio. Cada año se suicidan en el mundo 700.000 personas. Podemos decir que es la cuarta causa de muerte en jóvenes entre 15 y 29 años a nivel mundial.

Si miramos con lupa la situación en España, tras la situación de confinamiento vivida en 2020, se produjeron 3.941 defunciones por suicidio, un 7,4% más que en el año 2019. Esto supone una media de 11 personas que mueren por suicidio al día. Sin olvidar que, en 2020, 61 niños y adolescentes murieron por esta causa frente a los 8 menores que murieron por Covid-19.

En 2021, el 2% de niños entre 4 y 8 años han presentado pensamientos suicidas, algo inusual a estas edades. Esto nos indica que es imprescindible cuidar del cerebro del bebé y del cerebro de la madre.

Por tanto, se trata de una problemática real de la sociedad que no puede pasar desapercibida y hay que abordarla de manera tajante e inmediata. Existen mecanismos para prevenir el suicidio y el número 024 de atención inmediata. No dudes en usarlo.

Incluso la Asociación de Pediatría, lanzó en enero de 2022 un comunicado alarmante que nos recuerda que antes de la pandemia, se estimaba que el 30% de los menores habían presentado ideación suicida en algún momento, el 10% lo habían intentado y un 2% de forma seria, requiriendo atención médica. Se calcula que 18% de los menores se infligen autolesiones antes de los 18 años.

Los estudios que indican tras la pandemia por COVID aumentos en todos estos indicadores son numerosos. La Fundación ANAR ha atendido en este período un 145% más llamadas de menores con ideas o intentos de suicidio, y un 180% más de autolesiones con respecto a los dos años previos. En el año 2020, se suicidaron en España 14 niños menores de 15 años, el doble que el año anterior. Entre el grupo de jóvenes de 15 a 29 años el suicidio es ya la segunda causa de fallecimiento, solo superada por los tumores malignos. El sexo femenino, la presencia de síntomas depresivos, una mayor exposición a casos COVID, y un mayor consumo de redes sociales son factores de riesgo para la conducta suicida en la actualidad.

Bibliografía:

Guía de Práctica Clínica sobre la Depresión Mayor en la Infancia y la Adolescencia. Actualización. Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Unidad de Asesoramiento Científico-técnico Avalia-t; 2018. Guías de Práctica Clínica en el SNS.

Fundación Española para la prevención del suicidio (10 de noviembre de 2021). Observatorio del Suicidio en España 2020. https://www.fsme.es/observatorio-del-suicidio-2020/

Organización Mundial de la Salud (13 Septiembre, 2021). Depresión.

https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/depression

Organización Mundial de la Salud (17 de Junio, 2021c). Suicidio. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/suicide

https://www.savethechildren.es/actualidad/suicidios-adolescentes-espana-factores-riesgo-datos

 

Nieves López-Brea Serrat, experta en Neuropsicología y Neuroeducación

Desirée Castellano Olivera.
Psicóloga Sanitaria y Neuropsicóloga

Alba Ruiz
Psicóloga Sanitaria

Terapia EMDR, eficaz frente al trauma

¿Qué es la terapia EMDR y quién se puede beneficiar de ella?

EMDR es el acrónimo en inglés de Eye Movement Desensitization and Reprocessing (desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares). Es un abordaje terapéutico desarrollado desde 1987 por Francine Shapiro para desensibilizar y reprocesar traumas psicológicos de forma natural.

Desde 2013 la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda la Terapia EMDR como tratamiento para los trastornos relacionados con el Trauma.

El enfoque del EMDR está en el recuerdo de la experiencia o experiencias traumáticas que han contribuido al desarrollo de la patología o del trastorno que presenta el paciente. Es el recuerdo traumático lo que se trata terapéuticamente: “No es lo que pasó, sino el recuerdo de lo que sucedió”. La información relacionada con experiencias traumáticas o estresantes no siempre se procesa completamente, sino que a veces, las percepciones iniciales vividas en el momento del suceso se quedan encerradas en una red neuronal con las mismas emociones, creencias y sensaciones físicas que existían en el momento del hecho. Así, al quedarse ese recuerdo traumático “encapsulado” impide que se integre al resto de la red neuronal, el recuerdo no se procesa y se bloquea el sistema innato que empuja a cada uno hacia la auto-curación.

La base del EMDR es la estimulación bilateral. Se estimulan ambos hemisferios cerebrales mediante movimientos oculares, tapping o tonos auditivos. Gracias a este abordaje los recuerdos atrapados de modo disfuncional hacen una transmutación, es decir, adquieren otro significado más adaptativo y luego se almacenan a través de un proceso de reconsolidación. Es el cerebro el que hace el trabajo.

Después de una sesión de EMDR, los pacientes recuerdan todavía el hecho o la experiencia, pero sienten que pertenece al pasado, y el contenido se integra desde una perspectiva adulta, alcanzan una visión más madura y funcional.

¿Para qué se utiliza?

La investigación científica sobre EMDR ha establecido que es un tratamiento con evidencia empírica (evidence-based) para la terapia del Trastorno de Estrés Post-Traumático. Asimismo, el EMDR demuestra su eficacia para traumas con T “mayúscula” y t “minúscula”.

Ejemplos de trauma con “T” incluirán atentados, robos, accidentes de coche, experiencias en guerras, abusos sexuales o físicos. Situaciones en los que la persona a sentido que su vida corría peligro a causa de un agente externo.

Los traumas “t” se refieren a traumas relacionales: rechazo de los padres,  bullying (acoso escolar), mobbing (acoso laboral), etc., es decir, situaciones que la persona vive como perturbadoras y que se repitieron y mantuvieron en el tiempo.

Un suceso traumático marca un antes y un después en la vida de una persona. El pasado se hace presente porque no se pudo resolver. El abordaje EMDR ayuda a que la persona pueda discriminar el peligro real y no real; a dar un sentido a las emociones respecto al recuerdo traumático y a que el hecho quede integrado en la memoria declarativa de una manera adaptativa y saludable.

“El trabajo con EMDR se centra en procesar los recuerdos conectados con los problemas actuales, para luego abordar los síntomas presentes y los cambios hacia el futuro”. (Asociación EMDR España)

 

¿Quién lo puede aplicar?

Psicólogos o psiquiatras debidamente entrenados, supervisados y formados por entrenadores (trainers) acreditados por EMDR Europa, cuyos cursos han sido validados en cuanto a su metodología y contenidos.

¿Quién se puede beneficiar de la terapia EMDR?

La terapia EMDR ayuda a niños y adultos de todas las edades. Los terapeutas utilizan la terapia EMDR para abordar diferentes dificultades emocionales causadas por experiencias difíciles en la vida de la persona que solicita la ayuda:

• Trastorno de estrés postraumático (TEPT) y otros problemas relacionados con el trauma y el estrés
• Ansiedad, ataques de pánico y fobias
• Depresión y trastornos bipolares
• Trastornos disociativos
• Trastornos alimentarios
• Duelos y pérdidas
• Dolor
• Ansiedad por el rendimiento
• Trastornos de la personalidad
• Violencia y abuso físico, sexual y emocional
• Trastornos del sueño
• Abuso de sustancias y adicción

Referencias Bibliográficas:

Asociación EMDR España (2022) (en línea) ¿Qué es la terapia EMDR? https://www.emdr-es.org/Sobre-EMDR/Que-es-EMDR

Bossini, L., Fagiolini, A y Castrogiovanni, P. (2007). Neuroanatomical Changes after Eye Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR) Treatment in Posttraumatic Stress Disorder. The Journal of Neuropsychiatry and Clinical Neurosciences,  19(4), pp.475-476.

García, F. (2022). Workshop Eye Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR). Manual de Entrenamiento Nivel I. Instituto Español de EMDR S.L.

Lee, C.W. y Cuijpers, P. (2013). A meta-analysis of the contribution of eye movements in processing emotional memories. Journal of Behaviour Therapy and Experimental Psychiatry, 44(2), pp.231-239.

Organización Mundial de la Salud (2013). OMS, Ginebra. Nuevo protocolo y directrices clínicas para dispensar una atención de salud mental eficaz a adultos y niños expuestos a traumas o a la pérdida de seres queridos https://apps.who.int/mediacentre/news/releases/2013/trauma_mental_health_20130806/es/index.html

Shapiro, F. (1989). Eye movement desensitization: A new treatment for post-traumatic stress disorder. Journal of Behaviour Therapy and Experimental Psychiatry, 20(3), pp.201-217.

Solomon, R.M., Shapiro, F. (2008).  EMDR and the adaptative information processing model potential mechanisms of change. Journal of EMDR Practice and Research, 2(4), pp.315-325.

SILVANA MORILLAS

Silvana Morillas Neuropsicóloga y terapeuta EMDR

 

No es timidez, es fobia social

La fobia social o trastorno de ansiedad se caracteriza por un miedo intenso, duradero y desproporcionado ante situaciones donde podemos ser evaluados por los demás. Por ejemplo, a las interacciones sociales (mantener una conversación), ser observado (comiendo, bebiendo) y/o a actuar delante de otras personas (exponer un trabajo en clase, dar una conferencia en el trabajo).

Con lo cual, la persona afectada tiene miedo de responder de cierta manera o de desplegar sintomatología ansiosa que pueda ser valorada negativamente por los demás (humillándole, rechazándole o sintiéndose ofendido). Con lo cual, suele evitar ese tipo de circunstancias o, si no tiene esa opción, las resiste con un alto grado de malestar. Este hecho interfiere de manera notoria en su vida cotidiana, por lo que difiere significativamente con la timidez.

Según las investigaciones, las situaciones temidas suelen ser referentes a:

  • Intervención pública: hablar o interactuar en público (hacer una presentación en clase, intervenir en grupos…)
  • Interacción informal: todo lo relativo al inicio, mantenimiento y terminación de las conversaciones (dar una opinión, hacer un cumplido, asistir a una fiesta, llamar por teléfono…)
  • Interacción asertiva: expresar derechos o necesidades a los demás (devolver un producto, rechazar una petición, expresar desacuerdo…).
  • Ser observado: realizar actividades donde se puede ser observado (comer delante de otras personas, asistir a clases de baile…)

Por tanto, se presenta fobia social generalizada cuando el miedo está relacionado con la mayor parte de las situaciones sociales comentadas anteriormente. En comparación con la fobia social circunscrita (el miedo sólo aparece en situaciones concretas), estos pacientes suelen presentar más ansiedad, miedo a la evaluación negativa y déficits en habilidades sociales, lo que les conlleva a deterioro en sus relaciones familiares, sociales y laborales y al despliegue de estrategias de evitación.

Respecto a las reacciones habituales pueden ser corporales, de pensamiento y/o conductuales:

  • Reacción fisiológica: frecuentemente, puede aparecer taquicardia, temblor, sudoración, malestar gastrointestinal, boca seca, dolor de cabeza, problemas para tragar y urgencia urinaria.
  • Reacción cognitiva: dificultad para pensar, sesgo atencional referente a las reacciones corporales, los propios errores y las reacciones de los demás. Esto conlleva a pensamientos negativos frecuentes y anticipación de situaciones.
  • Reacciones conductuales: además de la evitación, se puede recurrir a conductas de búsqueda de seguridad como consumir alcohol o ansiolíticos, evitar el contacto visual, evitar hablar o hacerlo de forma muy rápida…

El inicio y mantenimiento de esta problemática conlleva una gran heterogeneidad de variables biológicas y psicológicas relacionadas entre sí como la capacidad innata para reconocer situaciones de amenaza social, cierta lentitud para reducir la activación fisiológica, experiencias en el pasado asociadas a falta o pérdida de control en una situación social, pautas educativas sobreprotectoras o demasiado exigentes, antecedentes familiares de trastorno de ansiedad y/o depresivo mayor, etc.

Tras un proceso evaluativo completo para determinar los factores implicados en cada caso, la intervención se creará de manera totalmente individualizada. En ella, tendrán cabida aspectos como la psicoeducación, la educación en valores, el entrenamiento en relajación, aceptación y atención plena, la restructuración cognitiva y desvinculación de los pensamientos, el entrenamiento en habilidades sociales y asertividad y la exposición a las situaciones temidas. Asimismo, están emergiendo interesantes métodos de tratamiento como la realidad virtual que permite al paciente a exponerse a los estímulos ansiógenos de forma más controlada y segura.

¿Quieres que te ayudemos? ¡Pregúntanos!

BIBLIOGRAFÍA

Bados, A. (2001). Fobia social. Síntesis.

Caballo, V. E., Salazar, I.C. y Garrido, L. (2018). Programa de intervención multidimensional para la ansiedad social (IMAS). Pirámide

García López, L. J. (2013). Tratando…trastorno de ansiedad social. Pirámide

Reyna, D., Caraza, R., González, M., Ayala, A., Martínez, P., Loredo, A, Leal, R. y Reyes, P. (2018) Realidad Virtual en el Tratamiento de Fobia Social. Smart Technology. Notas de la conferencia del Instituto de Ciencias de la Computación, Informática Social e Ingeniería de Telecomunicaciones, vol 213.

Desirée Castellano Olivera.
Psicóloga Sanitaria y Neuropsicóloga

¿Cómo escapar de la agorafobia si esa es la creencia que te limita?

Frecuentemente, el término “agorafobia” se asocia con una afección que impide a la persona afectada salir de casa. No obstante, esa descripción resulta bastante escasa y limitada. Este trastorno, más bien, se caracteriza por temor y/o evitación a ciertas situaciones en las que se haría muy difícil escapar o contar con ayuda en el caso de que apareciera sintomatología ansiosa o de carácter vergonzoso. Con lo cual, a las personas con agorafobia les provoca un intenso malestar situaciones como el uso del transporte público, encontrarse en espacios abiertos (zonas de aparcamiento, mercados, puentes…) o cerrados (tiendas, museos, teatros, cines…), hacer cola, encontrarse en medio de una gran multitud o estar fuera de casa sin compañía.

Es uno de los trastornos más incapacitantes, puesto que interfiere en todas las áreas de la vida de la persona afectada (familia, pareja, amigos, trabajo…). Asimismo, se suele asociar con una historia anterior de ataques de pánico, pero no siempre es así. Si bien es cierto que la gravedad es mayor cuando hay comorbilidad, es decir, cuando se presentan los dos juntos. También puede aparecer junto a otros trastornos de ansiedad, trastornos del estado de ánimo y abuso de sustancias.

Entre las circunstancias que contribuyen a la aparición de la sintomatología se encuentran aspectos genéticos, una vulnerabilidad psicológica consistente en sensibilidad a experimentar ansiedad, una sensación exagerada de amenaza y peligro o una historia de enfermedad física y abuso, entre otros.

Este tipo de paciente ante una elevación del miedo o ansiedad (o la anticipación de un posible incremento) despliegan una serie de conductas para eludir esa circunstancia. Con lo cual, aquellas respuestas que, en un principio, alivian la sintomatología se acaban convirtiendo en conductas de afrontamiento desadaptativas que interfieren en la vida diaria:

  • Conductas de evitación: se reduce o elimina la ansiedad evitando la circunstancia o evento temido. Por ejemplo: compro online en vez de ir a la tienda, me quedo en casa en vez de ir al concierto…
  • Conductas de escape: se huye de la situación provocadora de sintomatología ansiosa. “Me tuve que bajar del metro” “Dejé el carrito de la compra y me salí del supermercado”.
  • Evitación interoceptiva: se previene aquellas respuestas fisiológicas asociadas con la ansiedad. “Dejé de hacer deporte, me late muy fuerte y deprisa el corazón y eso me pone nervioso”.
  • Conductas de afrontamiento parcial: se despliegan ciertas conductas, se buscan señales de seguridad o se acude a objetos y/o compañía para facilitar el afrontamiento de la situación temida. “Sólo voy si me acompaña alguien”

Existen varias opciones de tratamiento para la sintomatología asociada a la agorafobia. Entre ellas, las más utilizadas son la exposición en vivo a las situaciones temidas y la terapia cognitivo-conductual (que incluye información sobre el trastorno, abordaje de pensamientos, técnicas de relajación, de exposición y desactivación). Asimismo, en los últimos años, se está utilizando la realidad virtual para el tratamiento de la sintomatología de ciertos trastornos como, por ejemplo, la agorafobia.

Bibliografía
Barlow, D. H. (2014). Manual Clínico de Trastornos Psicológicos. Tratamiento Paso a Paso. Manual Moderno.
Espada, J. P., Olivares, J. y Méndez, F. X. (2008). Terapia psicológica. Pirámide.
Peñate, W., Pitti, C. T., Bethencourt, J. M. y Gracia, R. (2006). Agorafobia (Con o Sin Pánico) y Conductas de Afrontamiento Desadaptativas. Primera Parte. Salud Mental, 29(2), 22-29.

Desirée Castellano Olivera.
Psicóloga Sanitaria y Neuropsicóloga

Trastorno por atracón

El trastorno por atracón se caracteriza por episodios de ingesta de comida en grandes cantidades y una sensación de falta de control durante los mismos. Por tanto, es frecuente que durante los atracones se coma muy rápidamente, incluso sin hambre, de forma aislada y hasta sentirse desagradablemente lleno. Tras ello, la persona suele sentirse culpable, triste y/o avergonzado.

La principal diferencia con la bulimia es que en el trastorno por atracón no se acude a comportamientos compensatorios tras la ingesta. Es decir, tras los atracones no se intenta compensar emitiendo conductas como vomitar, usar laxantes y diuréticos o realizar ejercicio físico de forma excesiva.

Las teorías explicativas que se manejan sobre esta patología indican, en primer lugar, una posible predisposición genética a poseer ciertos rasgos de personalidad o tendencia a desplegar un estilo alimentario concreto. Asimismo, regiones cerebrales como el núcleo accumbens, la amígdala y la corteza orbitofrontal parecen estar relacionadas con la aparición de la sintomatología debido a su implicación con los circuitos de recompensa y del control de impulsos. Por tanto,  una de las líneas de investigación es, precisamente, el estudio de las posibles similitudes con los procesos de adicción a sustancias y el juego patológico. Otros autores señalan que este problema suele formar parte de una cadena de otros trastornos relacionados con el comportamiento alimentario (como obesidad o anorexia)  o con el control de impulsos.

 De igual forma, hay teorías que hacen hincapié en distintos factores que facilitan, inician y mantienen la sintomatología del trastorno:

  • Factores predisponentes: influencia de los medios de comunicación, interacción social negativa, situaciones de abuso o abandono, ciertos patrones de interacción familiar, baja autoestima, perfeccionismo…
  • Factores desencadenantes: sensación de hambre o ansia por comer, críticas de terceras personas, crisis familiares o personales, estado emocional bajo, etc.
  • Factores mantenedores: intento de reducir sensaciones, pensamientos e interacciones aversivas, como vía de escape ante dietas restrictivas, ver la comida como premio o gratificación, entre otras.

La intervención ante este tipo de problemática se enfocará según la circunstancia personal del paciente y las variables que la influencian. No obstante, en términos generales, los objetivos principales son instaurar hábitos saludables, tratar la sintomatología física y emocional asociada al trastorno, la adquisición de estrategias y habilidades de afrontamiento y la prevención de recaídas en el futuro. Asimismo, en ocasiones también se realiza un trabajo terapéutico y de asesoramiento a los familiares del afectado.

BIBLIOGRAFIA

Baile Ayensa, J. I., González Calderón, M. J. (2016). Trastorno por atracón. Diagnóstico, evaluación y tratamiento. Ediciones Pirámide.

Raich, R. M. (2017). Anorexia, bulimia y otros trastornos alimentarios. Ediciones Pirámide.

Serra, M. (2015). Los trastornos de la conducta alimentaria. Editorial UOC

 

 

Desirée  Castellano  Olivera

Psicóloga sanitaria y neuropsicóloga

Tartamudez infantil o disfemia, ¿debo ir al logopeda?

Siguiendo los criterios del Manual de Diagnóstico Internacional de Trastornos
Mentales (DSM-V) (APA, 2014), se define tartamudez o disfemia como:

A. Alteraciones de la fluidez y la organización temporal normales del habla que son inadecuadas para la edad del individuo y las habilidades de lenguaje, persisten con el tiempo y se caracterizan por la aparición frecuente y notable de uno (o más) de los siguientes factores:

1. Repetición de sonidos y sílabas.
2. Prolongación de sonido de consonantes y vocales.
3. Palabras fragmentadas (p. ej., pausas en medio de una palabra).
4. Bloqueo audible o silencios (pausas en el habla, llenas o vacías).
5. Circunloquios (sustitución de palabras para evitar palabras problemáticas).
6. Palabras producidas con exceso de tensión física.
7. Repetición de palabras completas monosilábicas (p. ej., “Yo-Yo-Yo-Yo lo veo”).

B. La alteración causa ansiedad al hablar o limitaciones en la comunicación eficaz, la participación social, el rendimiento académico o laboral de forma individual o en cualquier combinación.

C. El inicio de los síntomas se produce en las primeras fases del período de desarrollo.

D. La alteración no se puede atribuir a un déficit motor o sensitivo del habla, disfluencia asociada a un daño neurológico (p. ej., ictus, tumor, traumatismo) o a otra afección médica y no se explica mejor por otro trastorno mental.

Como hemos visto, este trastorno de fluidez suele aparecer en edades tempranas y clínicamente adopta el nombre de tartamudez de desarrollo. Si bien existe una recuperación espontánea en el 70-80% de los casos, surge la duda, ¿es necesario tratarla o no?

No son pocos los padres a los que les surge esta duda; advierten que su hijo/a empieza a “bloquearse” en algunos sonidos, palabras, frases pero al mismo tiempo contemplan el mito de “ya se les pasará”, “el niño/a es muy nervioso…”, de hecho, durante algunos años, se pensó que había que esperar a los 4 o 5 años para intervenir justificándolo con una remisión espontánea.

Sin embargo, corremos el riesgo de que algunos casos se cronifiquen y por esta razón, es conveniente acudir a un logopeda para intervenir lo antes posible, valorando cada caso, y concretamente se tendrán en cuenta:

– Las dificultades de comunicación, habla y lenguaje del niño.
– La presencia de factores que contribuyan a la cronificación. (Fernández-Zuñiga, 2005).

El logopeda identificará qué dificultades y factores presenta cada caso y de este modo ofrecerá un tratamiento del habla eficaz.

Entre los tratamientos del habla destacamos las Técnicas indirectas de moldeado del habla, en las que, de forma lúdica, el logopeda ofrece al niño un modelo de habla en el que combina velocidad y entonación en un contexto de juego sin pretender que el niño nos imite y las Técnicas directas de trabajo con el habla en las que el logopeda instruye al niño en un modelo que favorezca la fluidez, siempre lentificando el habla y suavizando las aproximaciones articulares. (Fosnot y Woodford, 1992; Gregory, 1999; Starkweather y Gottwald, 1990).

Cabe destacar que un tratamiento del habla no conforma una alternativa excluyente a las intervenciones sobre el ambiente, todo lo contrario, lo habitual es que se realicen en paralelo, de hecho, el trabajo con niños siempre incluye activamente a los padres:

• Informando en el conocimiento y características del problema y de cómo suele evolucionar.
• Disminuyendo su preocupación y favoreciendo la comunicación.
• Controlando los factores de estrés comunicativo de su alrededor. (Fernández-Zuñiga, 2005).

Referencias:
American Psychiatric Association (2000). DSM-IV-TR. Diagnostical and statistical manual of mental disorders (4th Edition-Text Revised). Washington, D.C.: American Psychiatric Association.
Fernández-Zúñiga, A. (2005). Guía de intervención logopédica en tartamudez infantil. Madrid: Síntesis
Fosnot SM, Woodford LL. The fluency development system for young children.
Buffalo: United Educational Services; 1992
Gregory HH, Hill D. Differential evaluation-Differential therapy for stuttering children.
En: Curlee RF, ed. Stuttering and related disorders of fluency. New York: Thieme; 1999
Starkweather W, Gottwald S, Halfond M. Stuttering prevention: A clinical method.
Englewood Cliffs: Practice Hall; 1990.

 

Wanda C. Meschian Coretti
Logopeda Colegiada Nº 29/2163
Especialista en Terapia Orofacial Miofuncional

No estoy triste, tengo depresión

La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que la depresión será la principal problemática de salud en la población en un futuro cada vez más cercano. En la actualidad, se calcula que más de 300 millones de personas padecen este tipo de sintomatología. Concretamente, en España hay aproximadamente 3 millones de pacientes con este diagnóstico o con un diagnóstico mixto ansioso-depresivo. No obstante, se estima que alrededor de un 58% de las personas que la padecen, no buscan ayuda profesional. Debemos ser conscientes de que se trata de un trastorno muy incapacitante y que puede afectar a cualquier persona.

El trastorno depresivo se caracteriza por un sentimiento de tristeza profunda y pérdida de interés por realizar actividades, incluso aquellas con las que se solía disfrutar con anterioridad. También pueden aparecer otros síntomas como pérdida o aumento del apetito, insomnio o hipersomnia, disminución de energía, enlentecimiento, culpabilidad o incapacidad para concentrarse.

Esta sintomatología, por tanto, podría clasificarse en las siguientes categorías:

  • Afectiva y emocional: el descenso del estado de ánimo puede apreciarse por sentimientos de desesperanza, amargura y pesimismo. Asimismo, es habitual la sensación de vacío o insensibilidad. En la población infantil, juvenil y anciana puede predominar la irritabilidad más que la tristeza.
  • Cognitiva: pueden aparecer problemas de concentración y memoria, dificultad para pensar e indecisión. La atención suele focalizarse únicamente en estímulos de carácter negativo.
  • Conductual: podría apreciarse una ralentización de movimientos y gestos. Asimismo, el abandono de relaciones sociales, tareas y responsabilidades.
  • Motivacional: se aprecia apatía, aburrimiento e indiferencia que dificulta realizar las actividades cotidianas y la toma de decisiones.
  • Somática: síntomas como dolores de cabeza, molestias abdominales, problemas de sueño, falta de energía y disminución del deseo sexual pueden estar presentes.

Las causas de esta patología son complejas debido su diversidad ya que abarcan aspectos genéticos, fisiológicos, hormonales, psicológicos y sociales. Diversas áreas cerebrales como la amígdala, la corteza prefrontal, el hipocampo y la corteza cingulada, muy relacionadas con las emociones, son de un tamaño más reducido en las personas que sufren esta enfermedad. Las primeras hipótesis sobre la etiología del trastorno depresivo hacían referencia a un déficit en neurotransmisores como la serotonina (que influye en el sueño, la actividad motora, el apetito o el comportamiento sexual, entre otras) y la noradrenalina (asociada con aspectos como la motivación, los mecanismos de recompensa y el aprendizaje). Recientemente, se aboga por la interacción de factores genéticos y ambientales que altera la liberación de los mismos. Además, hay evidencia de una reducción de los niveles de GABA (implicado en la inhibición de la actividad neuronal) y de altos niveles de glutamato (neurotransmisor excitador) en personas con sintomatología depresiva.

Asimismo, se están incorporando nuevos hallazgos como la influencia del estrés al sistema nervioso central, al sistema inmune y al eje hipotálamo-pituitario-adrenal (HPA). Los eventos estresantes de carácter crónico pueden tener un grave impacto cerebral, alterando diferentes estructuras y sus funciones. Además, hay estudios que relacionan procesos inflamatorios entre las causas de esta problemática, encontrándose altos niveles de citosinas pro-inflamatorias en los pacientes. Este hecho puede producir atrofia y muerte neuronal, favoreciendo la sintomatología depresiva característica.

Con lo cual, tratamientos con agentes glutamatérgicos, gabaérgicos y con fármacos antiinflamatorios están dando resultados prometedores en investigaciones preliminares. Asimismo, la terapia asistida con psicodélicos está en estudio debido a su relación con la serotonina, el glutamato y la plasticidad neuronal.

Además del tratamiento farmacológico en los casos que se requiera, se hace imprescindible un abordaje psicológico. En él, los objetivos pueden ser muy diversos según las necesidades de cada paciente: promover conductas saludables, ejercicio cardiovascular, programar actividades agradables, entrenar en habilidades sociales, fomentar el autocontrol, dotar de estrategias de solución de problemas, examinar pensamientos negativos, entre otros. Asimismo, es muy importante hacer hincapié en la prevención de recaídas y dotar de estrategias para evitarlas de cara al futuro.

Bibliografía

Navío Acosta, M. y Pérez Sola, V. (2020). Depresión y suicidio 2020. Documento estratégico para la promoción de la Salud Mental. Wecare-u.

Ortiz-Tallo, M. (2019). Psicopatología clínica. Adaptado al DSM-5. Ediciones Pirámide

Pérez-Padilla, E. A., Cervantes-Ramírez, V. M., Hijuelos-García, N. A., Pineda-Cortés, J. C. y Salgado-Burgos, H. (2017). Prevalencia, causas y tratamiento de la depresión Mayor. Revista Biomédica, 28(2), 89-115.

 

Desirée Castellano Olivera, Psicóloga Sanitaria y Neuropsicóloga.

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