Ansiedad generalizada, más allá de las preocupaciones…
El trastorno de ansiedad generalizada se compone de preocupaciones excesivas o desproporcionadas sobre distintas áreas (salud, familia, relaciones sociales, cuestiones laborales, rendimiento escolar, economía…) que resulta difíciles de controlar, afectando a la realización de las actividades del día a día. Asimismo, suele ir acompañado de una serie de síntomas como inquietud, cansancio, dificultades de atención, irritabilidad, tensión muscular y dificultades para dormir.
De forma general, el contenido de las preocupaciones de las personas sin este trastorno no difiere mucho de aquellas diagnosticadas. No obstante, son más variadas, aparecen con mayor frecuencia, duración, intensidad y resultan muy difíciles de controlar. Asimismo, están asociadas con un estado de hipervigilancia hacia los estímulos amenazantes y el foco de las mismas cambia de forma repentina.
Las preocupaciones pueden ser en torno a problemáticas actuales (consecuencias de una discusión, un proyecto en el trabajo, pago de facturas…) o situaciones hipotéticas (posibles accidentes de los familiares, desarrollar una enfermedad…).
En la emersión del trastorno de ansiedad generalizada interviene una vulnerabilidad biológica relacionada con una hipersensibilidad al estrés y que incluye ciertos rasgos de personalidad como la introversión, tendencia a la inhibición ante circunstancias nuevas o falta de asertividad. Gracias a estudios con resonancia magnética funcional se ha evidenciado que en estos pacientes se puede apreciar un incremento de la respuesta de una zona del cerebro llamada amígdala (encargada de reacciones afectivas como el miedo), la corteza cingulada anterior y la orbitofrontal al anticipar situaciones conflictivas. De hecho, la sintomatología asociada interfiere en el rendimiento en tareas cognitivas (atención, memoria operativa, procesos inhibitorios y toma de decisiones).
Este hecho puede interactuar con una vulnerabilidad psicológica que incluye la percepción de amenaza de forma generalizada (la sensación de que el mundo es peligroso) y el sentimiento de incapacidad para afrontar los eventos. Esta visión puede surgir por la experiencia de situaciones traumáticas o muy estresantes y ciertos estilos educativos.
Esta intolerancia a la incertidumbre que caracteriza a las personas con ansiedad generalizada contribuye al mantenimiento de las preocupaciones por varios motivos. En primer lugar, por desplegar los procesos atencionales de forma sesgada hacia las amenazas (o posibles amenazas), por contar con una percepción negativa durante la resolución de problemas, también suelen tener una creencia de que preocuparse es una cuestión de gran utilidad donde demuestran lo que quieren a sus familiares y allegados y, por último, debido a desplegar conductas de evitación de las situaciones temidas.
Tras un proceso de evaluación donde se examinan detenidamente las preocupaciones y todas las variables implicadas, se procede a intervenir según la casuística del caso concreto. Técnicas como la relajación, el cuestionamiento de las creencias de incontrolabilidad, peligrosidad y de utilidad de las preocupaciones, la exposición ante las situaciones temidas o entrenar para resolver distintos problemas que puedan aparecer son de gran utilidad para abordar esta patología.
Bibliografía
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Langarita-Llorente, R., Gracia-García, P.(2019). Neuropsicología del trastorno de ansiedad generalizada: revisión sistemática. Revista de Neurología, 69(2), 59-67.
Desirée Castellano Olivera
Psicóloga Sanitaria y Neuropsicóloga